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25 noviembre 2014

GRACIAS MIL, DROOPY - LA ACADÉ


25 noviembre 2014

El único resultado posible era el triunfo. Y así transcurrió la semana: con tanta angustia que no había brebaje, mantra o pasta que pudiese menguar tantas sensaciones encontradas. Entonces, me preguntaba ¿Cómo harán los jugadores para drenar lo que a uno como hincha-espectador le duele como zapatos nuevos? Porque la adrenalina se concentra, el cortisol sube y los nervios nos llevan a tal estado de obsesión que el mundo parece dejar de girar para estremecerse y el corazón de latir para fibrilar las veinticuatro horas del puto día.

Me quedaba cierto alivio al saber a ciencia cierta que la ansiedad del artista profesional termina cuando sube al escenario, pero tampoco olvidaba la angustia de haber sufrido arduos exámenes al compás de un inexorable reloj de arena cascoteando el coco con densos y magnificados granos.

Enfrente, el peor rival. El villano más temido. El primer clásico del fútbol argentino con historial adverso, si los hay, y con un condimento agridulce, arma de doble filo o daga sin empuñadura: Obligados por el desgaste, los millonarios emplazaban un equipo suplente; ergo, insisto, el único resultado posible era el triunfo. El triunfo ante sesenta mil hinchas en un marco apoteótico, perturbador.
En la antesala de la primera final, masificados bamboleos, la infinita bandera más el asfixiante humo celeste y blanco cubrieron banderines, olivo, ceremonias y todo el campo de juego. Con el corazón en la garganta y bastante aturdido por la agitación, logré ver cómo el balón comenzaba a rodar. El inicio fue preocupante, desalentador. Saja evitó un gol cantado y el equipo mostraba lo que yo temía. Había que quemar la ansiedad y eso sólo iba a ocurrir con el transcurrir de los minutos si no acontecía alguna desgracia. Es decir, gol del muleto riverplatense. Porque allí, la ansiedad iba a carcomer a los sesenta mil once académicos presentes.

Pero pasó lo impensado: La carambola, flipper, culo o como quiera llamarse y la avalancha que me arrastró decenas de escalones sin tocar el cemento. No sé con quién me abracé porque, quienes tenía a mi lado, ya no eran los anteriores al gol. Literalmente, el cilindro se sacudió. Gritamos, lloramos. “La puta, que raro es todo esto”, pensé. Miré alrededor, no podía perderme tamaño espectáculo. Sobrecogedor, incomparable.

¿Análisis? Complicado. Como diría un colega: “Se cumplió el objetivo. Entonces, las cosas se hicieron bien”. Fútbol… poco. Personalidad, concentración, huevos e intensidad… mucho más de lo imaginado. Lo de Videla no tiene nombre ni adjetivo que pueda graficar tanta entrega. Aun caído en el césped seguía luchando, cabeceando talones, tacleando rivales. Todo un espartano. Aparecía por todos lados como ese entrañable personaje de Tex Avery, “Droopy”, quien sacaba de quicio a sus enemigos porque desconocían que tenía hermanos gemelos. Así como no tiene precio todo lo que aportó Milito con tanta jerarquía, sapiencia y kilometraje en una de las ligas más exigentes del planeta. Mucho se notó la diferencia de calidad, clarificando, poniendo la pausa, inventando infracciones.

Creo que estos dos fenómenos fueron los que inclinaron la balanza (sin olvidarnos de la atajada del chino). Dado el contexto, hasta me parece injusto detenerme en el juego asociado ya que, desde lo individual, no hubo puntos flojos. Todos, absolutamente todos, dejaron el alma en la cancha y no perdieron detalle. Algo insólito lo de Saja quien corrió hasta donde se hallaba tendido Videla para levantarlo y recordarle que si seguía en esa postura se agregarían más minutos. Estos detalles valen triunfos.

Regresé a casa distendido, afónico, dolorido, feliz. La primera final se superó. Quedan dos más. Depende de nosotros; perdón, de ellos. Gracias mil Milito, Droopy, gracias a todos.

Por lo menos así lo siento yo.
ADELANTADO ACADÉMICO  


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