Independiente ganó. Sin jugar bien, sin plasmar dentro de la cancha lo que el DT quiere de este plantel. Aguantó el resultado defendiendo mucho y tratando de cerrarlo de contra. Regaló la pelota en el ST y se refugió en su propio campo jugando con la incapacidad rival de generar una sola situación de gol. No es lo que pregona Almirón. No es lo que identifica a la historia de este club.
Independiente ganó. Como había ganado entre semana en Bahia Blanca frente a Olimpo. Con más empuje que fútbol. Con la capacidad de revertir el resultado. Con el esfuerzo de jugadores que no hace mucho eran criticados. Con los goles de Penco, con muchos juveniles que tuvieron que salir a bancar la parada en el peor momento del club. Con un Mancuello inmenso, qué no tendrá chapa de selección, pero que desde el descenso se hizo bandera ante la falta de referentes. Y que además de ganas y amor por la camiseta, también ahora hace goles.
Independiente ganó. Ante un equipo que hace poco más de un año regaló los puntos contra un rival directo en la pelea por la permanencia. Rival al que tiene alquilado desde hace años. Que se reforzó como ningún otro para afrontar un torneo de transición. Que, 48hs después, todavía está quejándose por el (mal) arbitraje de Rapallini. Rival que todavía sigue diciéndole “clásico” a algo que ya no tiene vuelta atrás.
Hay una premisa tan vieja como el futbol que dice que “los clásicos no se juegan, se ganan”. Las declaraciones de Jorge Almirón pueden parecer casseteadas. Hay tiempo y crédito en las tribunas para trabajar y mejorar. Lo importante es que Independiente cumplió dentro de la cancha lo que venía prometiendo su gente en las tribunas, coincidiendo con esa condición tan vieja como la paternidad de Avellaneda:
“…vaaaamo’ a volveeeer, y como siempre te vamo’ a co*er…”
Por lo menos así lo siento yo.
ADELANTADO ROJO