Advertencia: antes de leer esta nota es mi deber comunicarle que usted va a leer la palabra clásico en más de 10 ocasiones, pero si la misma fuese reemplazada por sinónimos se perdería el peso de lo que quiero destacar.
Voy a ser sincero, como adelantado canalla tengo el deber de redactar una nota semanal y enviarla el día lunes a uno de los editores de la página, para que el martes, que es cuando esta el espacio del hincha en 1mtrA, la misma este presente para ser leída por los miles (?) de seguidores de quien les escribe.
Si alguien me decía que el día después de haber ganado el clásico yo me iba a olvidar de redactar la nota, hubiese afirmado vehementemente que esa persona estaba totalmente desquiciada.
Ahora bien, ¿cómo explico que eso sucedió y recién me acorde el miércoles que la nota debía estar lista hace dos días? Parece imposible pero lo voy a intentar.
El clásico Rosarino, no es un clásico más, algunos dicen sin pertenecer a ninguno de los dos equipos (como hincha, jugador, diregente, periodista, etc) que es clásico más pasional, a todos ellos debo decirle que en parte están acertados, pero hay una parte que no contemplan. Este clásico no sólo es el más pasional, sino que es el más importante del mundo. Ustedes se preguntaran ¿Por qué es el más importante? Hablando en términos de marketing Boca - River es uno de los clásicos más reconocidos del mundo. Hablando en términos futbolisticos, pocos clásicos van a ser más vistosos que un Real Madrid - Barcelona o un Manchester United - Manchester City. Pero Central - NOB es el clásico más importante del mundo porque es el partido que más le modifica la vida a los personas que pertenecen a cada club, antes, durante y después del partido.
En la previa (por lo menos dos semanas antes) no se hace otra cosa que hablar del partido, que como llega cada uno, que jugadores deben cuidarse de no llegar con acumulación de tarjetas, que hay que cuidadar las dolencias y hasta que, a veces, se deben apresurar procesos de recuperación para llegar al encuentro.
Además se realizan un sin fin de apuestas, promesas, demostraciones de afectos, bandeREZOS, pintadas y/o destrozos en instalaciones del equipo contrario (repudiable al 100 %), charlas en bares, en el laburo, en el club, en la granja, con el portero del edificio, con el conocido del barrio y hasta se llega a discutir con personas que acabás de conocer por una simple perspectiva diferente respecto a cada equipo.
En los dos o tres días previos al partido, los nervios van en aumento, ya se empiezan a pensar en qué cabalas funcionaron anteriormente, con quién estabas la última vez que tu equipo venció al rival de patio, con quién estabas cuando la cosa fue diferente, qué tenias puesto en cada caso, a dónde pasaste la noche anterior, qué cosas te sirvieron para mufar al rival (en mi caso poner varios pingüinos en el GDT) y hasta querés repetir la hora en que te despertaste en el día del último triunfo. Créanme que la cabeza y las especulaciones van 73 veces más rápido que la realidad.
Una vez que la pelota empieza a rodar, los cinco sentidos se agudizan, cada avance propio es un parto, parece que la cancha tiene 310 metros y que al primer error le va a quedar la pelota al rival y te va a embocar de contra. Cuando el que la tiene es el rival se produce una sensación similar a cuando uno escucha los partidos por radio, no importa donde esté la pelota y cuántos estén defendiendo, cada avance de los pechos uno siente que va a terminar en gol.
Por cada vez que Central pateaba al arco, el mismo parecía achicarse 50 centímetros y Guzmán alargarse 10 centímetros por extremidad. Cada vez que un jugador de NOB estaba por patear, sentía que a la pelota la tenía Cristiano Ronaldo y que el arquero canalla iba a hacer la gran Carrizo contra San Lorenzo; por suerte en este caso el que pateaba era Orzan y quien defiende nuestro arco es el gran (me sacó el sombrero) Mauricio Caranta.
Ahora, ¿cómo les explico lo que pasó por mis venas cuando el "Chelo" Delgado agarró la lanza y empezó a avanzar con el convencimiento de Roberto Carlos, la velocidad de Aaron Lennon y se encargó de asistir con la precisión de Andres Iniesta, al pequeño gigante Franco Niell para que defina de manera suave, precisa y colocada, desatando un hervor en el pecho que subía por una garganta calidisima para transformarse en el tan preciado, libre y placentero grito de gol?
Fue tan perfecto que hasta llegó a asustar, pasaban los minutos y el equipo seguía seguro, ejecutando a la perfección el plan que el estratega de lujo que tenemos en el banco de suplentes se encargo de diagramar sin dejar cabos sueltos, (ese mismo que es criticado en demasía ante la primer pálida, a ese que si fuera por los exististas ya lo hubiesen echado unas 12 veces, ese técnico que partido a partido, torneo a torneo les va cerrando el orto a uno por uno) y tras un par de mínimas turbulencias y de alguna que otra chance que hubiese permitido liquidar el partido a favor, se escuchó en la cubetera municipal el pitido final. Ese sonido que desató las lágrimas de alegría, las sonrisas, los abrazos, el grito desaforado de más de uno y las largas horas de descontrol y éxtasis en más del 70 por ciento de los habitantes de la ciudad y alrededores.
Después de ese partido que acabo de resumir personal y partidariamente, cada uno celebró como más le gusta. Algunos llamamos a ese ser querido que por circunstancias del momento no podíamos tener al lado, otros se acordaron del ser querido que hoy ya no está y algunos otros tuvieron la suerte de tenerlo al lado y compartir con un gran abrazo la emoción que invadía el cuerpo. También están los que se prendieron a la bocina del auto, los que festejaron en su barrio, en el Monumento a la Bandera, en Arroyito y en cualquier parte del mundo. Luego vienen las cargadas, la burla hacia el amigo rival, el recordatorio de la apuesta realizada. Relacionar los nombres de los interpretes de la victoria con posibles descansadas, "tomar té con Niell" (es un chiste malo pero necesitaba hacerlo) para recuperar la voz de tanto festejar, bombardear a mensajes a ese amigo pecho frío que más lo merece. Tras todas esas cosas que uno disfruta, aparece una sensación de alivio, de realización, que te hace olvidar si tenes deudas, si tenes que pagar boletas, si odias a tu jefe, si tenes problemas de pareja, si tenes que laburar al otro día y hasta te hace olvidar que tenés un espacio semanal en Un Metro Adelantado en la columna del hincha. Eso es el clásico Rosarino.
Por lo menos así lo siento yo.
ADELANTADO CANALLA