Como la mayoría de las veces en lo que va del torneo, voy a hablar de una derrota. Estamos ante un Quilmes impredecible, que te juega un partido con concentración y actitud, y al otro es un desastre que no muestra inteligencia ni ganas. Que pasó de dos victorias consecutivas que lo habían sacado de la zona roja, a encontrarse con dos derrotas al hilo que lo hundieron y dejaron complicadísimo de cara al objetivo de mantener la categoría. Peor todavía: el equipo muestra esa ciclotimia inclusive dentro de un mismo partido.

El choque con Lanús fue un ejemplo excelente del momento que Quilmes atraviesa. Se jugó muy mal y se tuvo poco la pelota, pero a pesar de eso no habíamos pasado grandes sobresaltos hasta que, tras una buena acción individual promediando el segundo tiempo, nos anotaron. Ahí se reaccionó, se salió a apretar, se tuvo un tiro en el travesaño y dos situaciones muy claras que fueron salvadas milagrosamente por el arquero granate. Digamos que por lo mostrado sobre el final, se mereció al menos un punto. La pregunta es, ¿por qué en los últimos minutos? ¿Es necesario? Esto me lleva a la contracara de lo recién dicho, y es que por lo mostrado en la mayor parte del partido, Quilmes mereció lo que obtuvo.

El Cervecero de hoy parece haberse agarrado todos los malos vicios, los que duelen y hacen mal. Se acostumbró a no salir a jugar hasta que lo despiertan a los golpes. Se acostumbró a que no lo respeten. No empata ni siquiera partidos con pocas situaciones de gol y que dan para quedar en cero, porque siempre en alguna de las pocas que le llegan, le hacen un gol; y en las pocas en las que llega, no convierte. Da la impresión de que el equipo, cuando no convierte primero, espera un gol rival como quien está seguro de que indefectiblemente va a llegar. Lo más temido, finalmente, sucedió: Quilmes se acostumbró a perder.

Por lo menos así lo siento yo.

ADELANTADO CERVECERO – @adrian28qac