Pocas veces vi un partido tan fríamente calculado. Tamaña diferencia entre un entrenador y otro. Y hay mucha tela para cortar. Aun sin detenerme en desempeños descollantes ni la añeja rencilla entre Saja y Teo. Y obviaré todo lo que redundó en distintos pero clonados medios periodísticos que, como fotocopias, sólo mostraron la capa de pintura de una compacta construcción.
No fue perfecto. No existe la perfección. En la vida no imperan el negro absoluto o el blanco puro, todo es una escala de grises. Ahora bien, conscientes de que todo plan puede malograrse por impericia, hechos fortuitos o lo que puta fuere, lo del prócer Merlo tiene la solidez que parte del trabajo, la astucia, la elección y, sobre todo, la desdramatización y el exorcismo de la histeria que bullía en las molleras de los jugadores.
Y para muestra sobra un botón: Hauche engancha hacia dentro, Pezzella deja la pierna y Diego Abal, a dos metros de la jugada, se hace el imbécil ante un penalazo indiscutible ¿Qué hizo el gran mostaza? Largó la carcajada. Se rió largo rato y le preguntó al juez de línea “¿No fue penal eso?” “No”, respondió despectivamente el secuaz. Merlo volvió a sonreír y dio por finalizada la cuestión. Pocos minutos después, vino el gol del triunfo.
Aquí podemos, hipotéticamente, bifurcar el encuentro en realidades paralelas: la que sobrevino y la que podría haber ocurrido con otro entrenador sacado, pateando bidones, enloqueciendo tanto a jugadores como hinchada. Podría haber perdido la brújula, el temple, la frialdad. Y así los jugadores, enfurecidos por las injusticias repetidas (más aún con las gallinas), subirse a un caótico frenesí que nos habría dejado con las manos vacías.
Ahora bien, describiré exactamente cómo y porqué Zucculini convierte el gol. De Paul tenía la orden de buscar una infracción en ese sector del campo. De hecho, lo consiguió en inmejorable posición (infracción de Mercado que Abal ya no podía soslayar después del penal omitido). Codeé a mi hija y le dije: “Gol”. Ella me miró incrédula. “Gol”, repetí.
Y así se quebró la maléfica racha. El gran mostaza levantó los pulgares y le dijo a Daulte: “¡Salió, salió!”. En la escala de grises fue un marengo azabache. Una brillante ejecución que permitió que cualquier embestida concluyera en gol. La cortina, la avalancha que simuló un centro al primer palo y la aparición por detrás deste voraz pendejo que no para de crecer y que se convirtió en el goleador menos esperado (Saja inclusive).
Bingo (o lotería de cartones pa’ nosotros los jovatos) en el cilindro: Se convirtió, se ganó y, de yapa, a River; el peor adversario con Ramón a la cabeza. Nuestro bisabuelo por decreto de AFA. River, el mismísimo que nos quitara el invicto después de treinta y nueve fechas con goles de Más y Cubillas.
Un famoso artista dijo una vez que no había buenos ni malos actores sino que todo dependía del director. Merlo parece subrayar esta reflexión. El equipo no tuvo puntos bajos. Fue sólido. Apabulló a un rival desconcertado y le aplicó un golpe de knock-out. Que ellos pudieron empatar… sí, es verdad; pero Racing pudo haber ganado por dos o tres goles de diferencia. Y la única verdad es la realidad. El otro camino, el de la incertidumbre y la histeria parece haber quedado atrás. Gracias maestro, una vez más.
Por lo menos así lo siento yo.
ADELANTADO ACADÉMICO