Si la pelota iba por arriba o por abajo eso no importaba, él se plantaba en el césped como si sus tapones fueran garras… y la aguantaba. Firme, inamovible, desafiando la intrepidez de cualquier contrincante aventurado que quisiera probar su fortaleza en un cuerpo a cuerpo. Si la pelota iba larga, él la corría. La corría con decisión, no por compromiso. Los defensores no se podían confiar, ellos sabían que desde atrás y a toda velocidad, venía un tren colombiano dispuesto a llevarse todo. Si la pelota la tenía por una punta, él desbordaba a pura potencia. Zancada larga, pasos pesados, energía avasalladora, explosión muscular. Si la pelota estaba en el área, él la mandaba a guardar. De derecha, de zurda, de cabeza, con lo que fuera. Como un tigre hambriento al asecho de su víctima, él esperaba el momento oportuno para atacar la pelota y estamparla en la red.
Algunos dirán que se fue pronto, que podría haberse quedado un tiempo más. La realidad es que estos deportistas jóvenes y talentosos eran muy difíciles de mantener para clubes que basaban su sustento económico en la venta de jugadores al exterior. En ese entonces no quedaba otra que resignarse a que estas cosas sucedieran, y guardar en el recuerdo lo que estos hombres habían dejado cada vez que les tocaba defender los colores de la institución.
No sé qué pasó después con la vida de este muchacho. Lo único que puedo contarles ya se los dije: cuenta la leyenda que hace muchos años en La Plata un animal jugó al fútbol, se llamaba Duvan Zapata, la Perla Negra.
Por lo menos así lo siento yo.
ADELANTADO PINCHA - @DrBidon