NOVEDADES

13 mayo 2014

EL 11 Y LA ESCOBA


13 mayo 2014

La verdad es que no me puedo quejar. Estar sentado en la cabecera de la mesa esperando con el resto de la familia los ravioles de mi señora es un verdadero lujo. ¡Cuántos que somos! Mi mujer, mis hijos, mis nietos. Sí, mis nietos. Cómo pasan los años… ochenta y tantos. ¡Quién hubiera dicho que iba a llegar con vida al 2050! Si supieran la felicidad que tengo en este momento. Pero no me sale expresarla, quizás por la forma en que me educaron. No lo sé. La cuestión es que nunca me permití llorar ni andar exteriorizando mis emociones en frente de nadie. Ni cuando murió papá, para demostrarle fuerza a mamá, ni cuando se fue ella, ¡cómo te extraño, viejita!, para que mis hermanos y mis hijos vieran que podían apoyarse en alguien. Sí, ya sé que no es normal. Pero bueh, soy así. La vida me forjó así.

La ceremonia había comenzado. Los platos estaban servidos y nos disponíamos a degustar del tradicional almuerzo. Todos esperaron a que yo empezara, así que probé la deliciosa pasta y di el visto bueno para que arrancaran. No recuerdo si llegué a comer 3 o 4 ravioles, lo que sí recuerdo fue la voz inconfundible de mi nieto menor que desde la otra punta de la mesa disparó: “Abu, ¿querés venir esta tarde a la cancha? Vamos con papá y los tíos”. La mesa se quedó en silencio, todos conocían mi locura y fanatismo por Estudiantes, pero también sabían sobre mi problema. Fue su padre el que le contestó: “El abuelo no puede, tiene el corazón delicado”. Pasaron algunos segundos que para mí fueron años, me venían muchos recuerdos a mi mente de los tiempos de cancha, de aquellos momentos de gloria. No contento con su primera puñalada, el pibe decidió lanzar otra daga a mi debilitado corazón pincharrata: “Abu, es verdad que estuviste en el Mineirao, ¿vos lo viste jugar a la Brujita Verón?”. No sé bien qué fue lo que pasó después. Solo recuerdo el calor de la adrenalina recorriendo mi viejo cuerpo y un nudo en la garganta que empezó a asfixiarme. Quería pararme y gritar: “Sí, lo vi”, pero no podía. La emoción que sentía en el pecho era indescriptible. Fue entonces que corrí el plato para el centro de la mesa, me puse la mano derecha sobre los ojos y ahí mismo, sentado, comencé a llorar. Sí, en frente de todos. Lloré como nunca. Lloré por todo lo que no había llorado en mi vida, con ganas, con fuerza. Lloré como un niño indefenso que anhela los brazos de su madre.

Pasaron unos minutos y como pude me repuse, mi familia estaba preocupada por la salud de mi cuore. Yo no, sabía que iba a resistir. Entonces, lo miré a mi nieto y con la voz todavía entrecortada por el llanto, le dije: “Claro que lo vi, pibe. Vení, acompañáme que te voy a mostrar algo”. Me paré y fui a mi escritorio. El pibe me seguía atrás, mis hijos y mis otros nietos también.

Ya en el cuarto, saqué un baúl gigante y lo abrí. “Ahí está”, les dije, “esa es su camiseta, la 11”. Todos miraban atónitos la casaca. Mientras se la pasaban de mano en mano les fui contando algo: “Algunos dicen que fue un hombre de 1,82 de alto, para mí era un monstruo, un gigante de 2, 3 o quizás 4 metros. Algunos dicen que fue un hábil volante central diestro, yo te puedo confirmar que era un todo terreno; aparecía abajo y arriba; en un costado y en el otro; y le pegaba con las dos piernas con la misma facilidad con la que el resto de los mortales respiraba. Algunos dirán que fue un jugador de una precisión absoluta, yo te aseguro que cada cambio de frente o habilitación que metía era un poema con forma de pelota. Algunos dirán que volvió de Europa para sacarnos campeones, yo te puedo afirmar que cruzó el Atlántico en escoba y nos llevó a la cima de América reivindicando los valores de nuestra escuela. Algunos dirán que fue un jugadorazo… yo te garantizo que fue el jugador más preponderante de la historia de Estudiantes”.

Mientras todos seguían mirando lo que sacaba de ese baúl, lo agarré a mi nieto por los hombros y finalmente le dije: “Cuando yo me vaya, esto va a ser de ustedes. Ahora andá a prepararte así nos vamos a la cancha”. Mi mujer al escuchar esto, gritó: “¿Estás loco? El médico te lo prohibió hace años. No te va a resistir el corazón”. La miré y sonreí. No me importaba, el legado había sido pasado. Ya me podía morir tranquilo…

Por lo menos así lo siento yo.
ADELANTADO PINCHA - @DrBidon
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