Se abre el telón del quinto acto desta obra shakesperiana. Nada marcha del todo bien. Rencores, venganzas, traiciones, locura, pasión, mentiras. Ganar la batalla es bendecir al acérrimo contendiente, perder implica mancillar la bandera que tanto se enarbola. Empardar peor aún que las dos anteriores opciones porque es la suprema tibieza de no consumar nada e implantar, aun así, suspicacias ¿Entonces?…
En vistas de tan pocas posibilidades de “campeonar”, muchos fanáticos preferían despachar al vecino al infierno tapándolo con una mortaja sanjuanina que proseguir cocinándole el caldo gordo. Es que haber perdido tan feo trece días atrás había dejado entreabierta la puerta de la sospecha: Más de uno conjeturó que el equipo reculó y la mayoría, como cité, tenía la certeza de un campeonato utópico. Ganarle a San Martín no auguraría un buen desempeño pero era una bocanada de aire para el vecino. Cuasi respiración boca a boca. Puaj. Vade retro, Satanás.
Pues bien, toda suposición fue sepultada por la casta insolencia de la simiente académica y el ímpetu de quienes fueron a alentar al equipo. Con el transcurrir de los minutos, los tantos y el radiante festejo de Vietto, De Paul y Zucculini fueron volcando la cicuta y deponiendo el acero ante la niebla disipada. El golazo de De Paul detuvo la sangría. El escéptico gritó, el mal pensado gritó, el dolido gritó, el hincha gritó y toda Avellaneda gritó. Toda Avellaneda gritó.
Dice el poeta que “muchos milagros hacen al santo y un solo conjuro al brujo”. Pues bien, quedará en cada quien suponer lo que le apetezca: Bajada de línea de la AFA o convenios varios… lo que fuere. Pero si debo dejar de lado toda conjetura, ignorar suspicacias y limitarme a analizar el partido, debo decir que lo que se quebró y estuvo con yeso contra el grana, ahora camina. Que, probablemente, no haya sido tan concluyente pero creo que nadie, ni el más optimista o bien pensado, presuponía una goleada.
Y a falta de Centurión, buenos son los De Paul… ( vaya si lo son) He aquí, sin lugar a dudas el meollo de la cuestión, la virtud de Zubeldía en comprender que hacía falta otro mesías, alguien que transmitiera y transfundiera la dorada sangre (ver nota anterior). Fue sin duda alguna el mejor y la clave de la victoria. Es más, me arriesgo a anticipar que este pibe tiene más clase, contundencia y claridad que Centurión.
Y, nuevamente, los verdes frutos lanzados al verde césped por esta simiente que no deja de germinar fueron esos locos intentos que no renuncian a lo que son ni esperan ser. Que desconfíen los viejos de la juventud porque han sido jóvenes, es su problema. La conciencia es la voz del alma; las pasiones, la del cuerpo.
El tiempo dirá si estos tres puntos salvan al vecino, nos consagra campeones o sólo sirve para suturar un corte profundo. Aún hay mucho camino por recorrer. Los laterales siguen siendo un serio dolor de cabeza ¿Por qué no Lluy? ¿Por qué no Migliónico? ¿Por qué Sand penando entre piedrazos importados del cerro Alcazar? No lo lapiden, no es para tanto.
Ser o no ser, fuimos o nos hicimos. No lo sé. Empero, algo indiscutible hay: las matemáticas no mienten; y éstas indican que en éste descenso directo los que tienen más rondas dependen de los resultados ajenos y los ajenos sólo de sí mismos. Cae el telón.
Por lo menos así lo siento yo.
ADELANTADO ACADÉ