Ah, sí, otro partido en la altura. Otro desafío para el hombre corriente que sueña con trotar cinco minutos sin que le empiece a faltar el aire. Otra vez la fantasía de creer que se puede, cuando no es físicamente posible que así sea.
Podríamos creer que las emociones del juego llevan a los jugadores a superar las diferencias de carácter físico que el sometimiento a una altura de 3500 metros impone en los protagonistas que no están acostumbrados a desempeñarse bajo dicha exigencia. Pero nos estaríamos engañando si lo pensáramos así. Hoy, como tantas otras veces, quedó clara la enorme desventaja física que supone para la gran mayoría de los equipos sudamericanos el hecho de ir a jugar a la altura de Bolivia sin atravesar un lógico período de acostumbramiento climático. Está comprobado científicamente que un deportista de alto rendimiento necesita una semana por cada 1000 metros de altura sobre el nivel del mar que sube para poder acostumbrarse a un clima similar al de La Paz. Es decir, que si seguimos esta «regla» de forma rigurosa, los jugadores argentinos tendrían que haber llegado a Bolivia hace tres semanas y media. Es imposible que eso pueda suceder con los cada vez más ajustados calendarios del mundo futbolístico. Es claro que la FIFA debe tomar algún tipo de determinación con respecto a esta cuestión, y lo debe de hacer cuanto antes. El fútbol no debe ser una prueba de supervicencia.
¡Uf! Lo tenía atragantado y lo tenía que decir. Ahora sí, hablemos del empate 1 a 1 que protagonizaron Bolivia y Argentina.
El partido, por las cuestiones ya mencionadas, no puede ser tomado como normal, y en ese contexto, es poco lo que se le puede reprochar a nuestros jugadores.
Los admiradores del Virrey sabemos lo importante que es el sacrificio de los jugadores en circunstancias en donde se tiene todo para perder o para empatar el partido. Y hoy, ese sacrificio fue la regla máxima de este equipo. La única, diría yo, porque no solo tuvo que enfrentarse a las condiciones climáticas que impone la sede de la Selección Boliviana, sino que tuvo que luchar contra sus propios demonios. Sabella se encargó de demostrar, una vez más, que ser un amante de la táctica, un estratega, un ajedrecista del fútbol, no significa ser precisamente inteligente. Muchos hablan de «Pachorra» como un técnico pragmático, muchos podemos decir que lo de hoy fue todo menos pragmatismo. El partido de hoy claramente pedía un planteo que, conservador o no, implicara tener más tiempo la pelota que el rival, traspasando a éste el desgaste de los metros recorridos detrás de la bocha, sin tener que retroceder (así lo hubiera acotado Bianchi, si se tratara de su Boca actual) de forma arrebatada cada vez que se la pierde. Pero claramente nuestro entrenador está muy lejos de pensar en un equipo protagonista. No está en su planes (no lo estuvo hoy, así como tampoco la estuvo nunca hasta ahora) la presión en la mitad de la cancha, el adelantamiento de las líneas, la idea de defender más adelante para empujar al equipo contrario dentro de su campo, con la clara idea de proponer y no, exclusivamente, de responder siempre.
Por otro lado, el mecanismo que se implementó para no sobreexponer a los jugadores de Argentina a un cansancio exagerado no fue, a criterio de quién escribe, el más beneficioso para el físico de estos. Acumular hombres en defensa y matar a pelotazos al improvisado centrodelantero que juega en el Inter y a la estrella del Barcelona fue, por el contrario, muy desgastante para todos. Delanteros que corrían sin pulmones detrás de pelotas que estaban perdidas. Mediocampistas que se mataban haciendo lo imposible para recuperar esas pelotas. Y defensores, que con los talones pisando el área durante todo el partido, trataban de evitar que los bolivianos encontraran el hueco para rematar, ya sea desde la media distancia, o desde el centro del área, hacia donde llovieron centros durante varios momentos del partido. ¿Quiénes rompieron el molde de este clima histérico y ultra defensivo? Claramente fueron Di María, Messi (cuando tuvo aire), Banega, y el arquero Romero, de buena actuación esta noche. Cabe mencionar, con respecto a este último, que dio seguridades siempre y cuando no aparecieran esos centros que, quizás con menos defensores, lo hubieran hecho salir a cortarlos por la vía aérea, lugar por el que la defensa argentina sufrió mucho.
Fue otra vez la falta de compañía para quienes desarrollan, partido a partido, más y más y más entrega acompañada con juego, la que decidió que este equipo se desarme para volver a casa sin encontrar la solidez, el equilibrio, el protagonismo, la seguridad de saber que, más allá de sus individualidades, cuenta con una idea de juego definida, garante de los buenos resultados hasta ahora obtenidos. No da la sensación de que esto pueda ocurrir pronto. Sabella parece decidido a encarar los grandes desafíos que vienen con el famoso «partido a partido», y es poco probable que el combinado nacional pueda cambiar de técnico de aquí al comienzo del Mundial. Claro está, que de ser dirigido por el Virrey, este equipo buscaría el equilibrio de forma muy distinta, apelando a la presión desde la mitad de la cancha y no desde el área propia, a la vez que acompañando a los delanteros con algo más que con un pobre Di Maria, que casi se infarta en su intento por acompañar a Messi para ayudarlo en su sacrificada tarea de asistir en solitario al pobre Rodrigo Palacio. La exagerada importancia que se le otorga a las capacidades de los delanteros es, una vez más, el arma de doble filo de esta selección. El entrenador argentino tendrá que corregir ese, al igual que otros aspectos del juego, si no quiere que esto termine por perjudicar al equipo en el futuro.
La altura y sus consecuencias (hecho que las federaciones de fútbol tendrán que abordar pronto); «Pachorra» y sus decisiones. Estos, a entender de este Adelantado Bianchista, son aspectos que deben desarrollarse por separado al momento de analizar el partido y la actualidad de la Selección Argentina, pero lo más importante es no caer en el exitismo de creer que tenemos a la mejor selección del mundo. Aceptar nuestras fallas, trabajar en ellas para crecer y mejorarlas, es lo que puede evitar que caminemos, como tantas otras veces, por un camino seguro hacia el fracaso.
Con cuidado...
Por lo menos así lo siento yo.
ADELANTADO BIANCHISTA