Luego de la paupérrima actuación frente a Gimnasia en La Plata, River tenía que sacar la chapa de último campeón en casa ante un rival de esos que suelen dar bastante trabajo y nunca querés cruzar. Por suerte, y como todos vimos, el equipo se floreó y opacó a los rosarinos con un fútbol que, en la era Ramón, solo se vio en cuentagotas, a excepción de los partidos con San Lorenzo y Quilmes el torneo pasado. La claridad con la que el equipo jugó, fue la contracara del encuentro en territorio platense el domingo pasado. ¿Por qué un cambio tan abrupto de una semana para otra?
Fundamentalmente porque Gallardo tuvo los huevos bien puestos y metió un volantazo que resultó fenomenal: no sólo echó mano en el ataque, algo que se caía de maduro, sino que cambió los nombres en la mitad de la cancha: el Muñeco no había quedado conforme con el funcionamiento en La Plata, por lo que recapacitó, y llegó a la conclusión de que necesitaba otros intérpretes en esa zona para que River jugase a lo que él quiere. ¿Y qué quiere? Lo que todos vimos y aplaudimos ayer: ese juego asociado y corto, esa presión alta para ahogarle los espacios al rival, tenencia de pelota pero con dinamismo, con movilidad, precisión y el aprovechamiento de los espacios. Todo salió a la perfección, aunque…
¿Soy el único que piensa que podríamos habernos ido amargados con un puntito? ¡Ojalá que no! Me dio la sensación de que, si bien River dominó los 90 minutos ampliamente a un rival que no supo leer el partido y fue una sombra, el fantasma del empate rondó el Monumental hasta la perla de Pisculichi. Ojo, con esto no quiero decir que Central haya tenido chances y que estuvimos cortando clavos con el culo hasta el pitazo final, no. La sensación que me quedó se resume en una conocida frase: “Los goles que no se hacen en el arco de en frente, se sufren en el propio”. Ese miedo escénico a que los rosarinos empataran –inmerecidamente, claro- estuvo latente en mí hasta que Piscu lo mandó a comprarse una cadera nueva al defensor de Central. Porque River contó con innumerables situaciones de gol y avances clarísimos, pero sin concretar, por lo cual, pienso que, para la próxima, no podemos perdonarle la vida así a un rival.
Por último, me gustaría destacar las individualidades que me dejaron un par de gotas en el tintero: en primer lugar, Ramiro parece que se tragó a Beckenbauer: es una pared y el tipo sale jugando con pelota dominada como si estuviera jugando en el patio de su casa. ¡Mirá como le cambió la cabeza el Bombonerazo del 30 de marzo a este pibe! Por otro lado, me fui tranquilo con la actuación de Kranevitter, y no sólo por el partidazo que hizo el Colo, sino porque también eso asegura que a Ponzio le peguen el culo al banco de suplentes con La Gotita, y cabe destacar que el mismo método lo podríamos aplicar con Ferreyra: Rojas se lució y también fue clave. Sánchez, bueno, hace una bien y una mal, aunque tuvo varias más buenas que malas, pero siempre una puteadita le cae. De Teo no voy a hablar, total. ¿Para qué? Me rompí las manos aplaudiéndolo. No hay palabras para describir a un jugador que te hace levantar de la butaca cada vez que la toca, que juega y hace jugar. Obviamente que no me olvido del resto del equipo que, en lineas generales jugó un partidazo, pero me quedaron colgando esas menciones especiales para volcar en esta nota. No es novedad que Maidana haya ahogado a un experimentado como Abreu, o que Vangioni haya dado la vuelta al mundo en 90 minutos.
En fin, parece que el más grande (y sobretodo Gallardo) encontró el equipo, y que, por suerte, este fin de semana puso un poquito las cosas en su lugar. Nosotros, jugando un fútbol lindo y ganando con cierta comodidad. ¿Los otros? Con el rancho cascoteado, beneficiados por errores arbitrales, revoleando la pelotita para arriba, y ganando al último minuto. Yo los veo y, pobrecitos…
Por lo menos así lo siento yo.
ADELANTADO MILLONARIO