Entraste a Gran Hermano. Ni bien llegaste, te integraste a la casa y pergeñaste una estrategia. Entendés lo que le gusta a la gente y ese lugar es así, un bardo, un puterío donde cada fin de semana buscan a alguien para echar. Por eso garpan las escenas ambiguas y enroscadas. Román le sirve el quesito en la boca a Claudia aunque se esté comiendo a Carlos, Ana es insufrible con el orden, Esteban se encanuta el champú. No importaba, vos preferías perfil bajo y venías zafando. Haciendo la tuya, sin joder. Pero un día quedan pocos y finalmente te nominaron. Te ponés las pilas, rosqueás con el de la cama de abajo, te mostras amoroso con las chicas y contás una biografía triste. Ahora estás en la gala, en vivo. Todo marcha bien salvo tu panza. No te aguantás y tenés ese instante en que olvidás que GH está en cualquier rincón y te agarra justo en el inodoro a punto de enviar un fax. Ahí recordás que en el ñoba estás solo, pero por tele hay miles mirando cómo te mandás una cagada tras otra. Te llamás Nahuel Zárate. Tenés que dejar la casa.
Por lo menos así lo vemos nosotros.
