Son muchas las cosas que arrancan como juego y terminan desvirtuándose hasta convertirse en algo serio. Como esas guerras de tizas en la Primaria que parecían inofensivas hasta que uno terminaba con un borrador en el marote. Como ese laburo al que aplicaste creyendo que lo largabas en las vacaciones y acabó garpándote el departamento donde vivís. Como ese lunarcito que empezó siendo simpático y terminó significando un paseíto por el quirófano. Como las noches de casino que al principio eran divertidas y luego te costaron un divorcio. Como ese touch and go que empezó desinteresadamente y acabó enganchándote como jamás hubieses imaginado. 

Nos pasa a todos y en especial a los hinchas del Bicho que pensaron que lo de Caruso era un jueguito para zafar y ahora lo veneran cual enviado de Dios.

Por lo menos así lo vemos nosotros.