Imagínese un entorno frío y cilíndrico. Negado de calor humano, vacío, y en pleno invierno. Imagine ahora, estimado lector, varios policías dispersos allí. También figúrese que por las calles de Avellaneda pasa una deliciosa señorita haciendo footing. Preste atención a la vestimenta de esa muchacha, a ese fino suéter térmico rosa chicle y ajustado que acentúa su curvilínea figura. Usted podría ignorar que todos esos personajes tienen algo en común: todos usan o necesitan una tricota.
La tricota es una especie de buzo, una prenda de punta, de cuello elevado, que suele lucirse ajustada al cuerpo e intenta protegernos de las frías temperaturas del ambiente. Aunque su acepción clásica remite al tejido, existen más tipos de tricota: la que usa el policía, debajo del chaleco antibalas; la anatómica, que prácticamente se prende a la piel de, por ejemplo, los ciclistas; hay tricotas de diseño deportivo para el pecho de la dama; hasta incluso existió una legendaria banda platense, llamada Los Redonditos de Tricota.
Por lo menos así lo vemos nosotros.
