Después de la inentendible derrota en casa con San Lorenzo, esa desconcertante sensación de que todo es casi imposible empieza a dar vueltas por el ambiente. Todo oscuro, pocas luces visibles que alumbren el camino de la permanencia, y una sentencia de que ya estás para descender que da miedo.Tenés que ir al Cementerio de los Elefantes, que nunca es tarea sencilla, menos en tu situación y sabiendo que Colón viene con varias victorias seguiditas a pesar de haber perdido la última fecha; que de local se hace fuerte; que pasaron 43 años de tu última victoria en esa cancha a la cual tenés que ir a ganar sí o sí porque te estás quedando sin margen; y todavía con el partido que ellos te amargaron el torneo pasado, en la retina.
Empieza y arrancás sufriendo con un tiro en el travesaño que pega en el arquero y casi se mete. Pero de a poquito y sin notarlo, vas entrando en calma porque sentís un tipo de paz en el aire. Estás en otra, pero para cuando te querés dar cuenta, te ves gritando goles. No lo entendés, pero estás tranquilo y en ese estado te quedás hasta encontrarte con que como si nada, el partido termina en un 3 a 0 histórico.
Te ponés a analizar lo que pasó y caés en que había estado en cancha un flaquito con un “10” en la espalda, ese que irradiaba serenidad, que instintivamente te inspiraba confianza y te decía que te quedaras tranquilo. Se animaba a todas, jugaba y hacía jugar, pero te demostraba que correr no es sinónimo de jugar. Ya te acordaste de quién es, y de repente te das cuenta de cuánto lo habías extrañado. Pensás “qué distinto hubiera sido todo”, pero es lo que menos importa ahora porque todavía hay tiempo para cambiar ese todo.
Hoy encarás la semana con otro rival por debajo en tu lucha, y las penumbras de hace unos días hoy son pura luz. El brillo de ese astro te llevó del crepúsculo al amanecer.
Por lo menos así lo siento yo.
ADELANTADO CERVECERO – @adrian28qac
