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Hay momentos en la vida que no te respeta ni tu propio hámster. Vas al trabajo y tu jefe te denigra toda la mañana. Salís a comer y el chino te estafa con el peso de la ensalada mixta. Mirás a una chica que pasa a tu lado y la nena te pregunta si necesitás ayuda para cruzar la calle. Te querés descargar en el gimnasio, pero cuando llegás tu entrenador personal te agrega más abdominales y ante tus quejas te tira un "no llorés, gordito" con una sonrisa sobradora. Cuando llegás a tu casa, encontrás a tu hija menor con el nuevo novio, un wachiturro divino que se sienta en tu sillón favorito y come maníes sin cerrar la boca mientras mira por la tele a Cristian U. En eso tu mujer aparece empilchada como no la ves hace mil años, con un perfume nuevo y te dice que se va a un curso de tarot australiano, que sólo se dicta los martes a la noche y que como es intensivo va a volver tarde. Vas a la heladera y comprobás que está vacía. Creés que ya tocaste fondo. Pero en tu cocina aparece Méndez y te pisa la pelota. Momento de asumir que estás para el cachetazo.
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Por lo menos así lo vemos nosotros.