Esta tarde-noche me tocó asistir a un evento muy particular, un partido de fútbol al que un típico argentino fanático de fútbol no está acostumbrado a vivir: fui al Estadio Ciudad de La Plata a ver cómo Perú se quedó con el tercer puesto, frente a Venezuela, en la Copa América disputada en Argentina.
El encuentro fue una verdadera fiesta. Tanto dentro del campo de juego, cotejo vibrante con cinco goles (tres del maestro de Paolo Guerrero), como fuera de la cancha, peruanos y venezolanos disfrutando de las acciones como hermanos sudamericanos, dejando la rivalidad para los soberbios súper competitivos.
Justamente eso quiero destacar, cuestión de la que los argentinos deberíamos aprender bastante. Independientemente que reconozco que ambos simpáticos países tienen menos historia futbolera y, por lo tanto, menos obligaciones, en las tribunas dieron una contundente muestra de simpleza, alegría, unión, solidaridad y humildad, algo que falta por nuestros pagos.
Al término del partido, uno podía observar cómo incaicos y vinotintos se saludaban, abrazaban, intercambiaban banderas, bufandas y camisetas. Una verdadera bocanada de aire fresco para los que estamos acostumbrados a ver intolerancia, odio, incomprensión y la habitual violencia que rodea los estadios argentinos.
Dentro del verde césped, Perú 4 – Venezuela 1.
Afuera, ganaron todos.
Por lo menos así lo vemos nosotros.
GI